lunes, agosto 10, 2009

Mensaje a un doctorante - por Omar Khayyam

Monasterio en la montaña, Cappadocia, Turquía

Mucho
aprendí y
mucho olvidé también
por propia voluntad.
En mi memoria, cada
cosa ocupaba su lugar.
Así, lo que estaba a la
derecha no podía
pasar a la izquierda.
Sólo conocí la tranquilidad
el día que repudié todo
con desprecio.
Comprendí al cabo que
no es posible afirmar
ni negar nada.

sábado, agosto 08, 2009

Brisa Sabanera


Gracias a Alejandro y al Hermano Cerdo, me reí en el avión de vuelta a la isla con Juan Carlos Rodríguez y "El Viento Agitando las Cortinas". El libro está conformado por tres historias en las que amor y sexo reinan entre seres de carne y hueso con vidas comunes. Cada uno de los relatos recrea distintas fantasías masculinas - el fetichismo hacia los calzones, la niña bonita del colegio, la profesora de la universidad - que agradan por lo íntimas y se desenvuelven sin aberraciones. La voz sincera del autor permanece ausenta de pretensiones, y el par de horas que puede tomar de la primera a la última página, se sienten como una cerveza entre amigos.

Concuerdo con el Hermano Cerdo en que la edición es un gran regalo para la lectura casual: el tamaño de la fuente y la densidad de información por página son ideales para ambientes estresantes y para aquellos de nosotros que tenemos una fijación con pasar las páginas. Además, las formas usadas ayudan bastante: todos cuentos largos pero con múltiples pausas, párrafos y frases no demasiado largos, diálogos bien fluidos. Dentro de la forma epistolar del tercer cuento, "Mil veces el mal camino", el autor se permite jugar con los accidentes propios de los correos electrónicos, añadiéndole sabor a la historia sin dejarse llevar por las posibilidades.

Podrán suponer que los personajes femeninos están mejor llevados que los masculinos, casi inexistentes. O, mejor dicho, al único hombre que descubrimos en los relatos es al yo de la primera persona quien nos revela a las mujeres de sus tormentos: tías, mamás, amigas de la mamá, profesoras, compañeras, todas motores de la acción y el monólogo interno. Dado esto, es importante resaltar que el autor no cae en clichés o en aquel deleznable lugar común de la mujer fatal, sino que cada una de ellas es tan real como nos es permitido a las encarnaciones de testosterona conocer. Esto no es poca cosa si se tiene en cuenta que la mayoría de los personajes son o proclives a la ridiculez, como la profesora de poesía francesa, o al derroche de adjetivos, como la niña más bonita del colegio.

Sin embargo, debido a un prejuicio personal sobre la estética que le corresponde al cuento, encuentro un lunar importante en los finales de las historias. Tal vez sea mucho pedir que, usando la forma epistolar, la última carta se guarde un golpe contundente para la posdata - a todas luces un riesgo muy grande - pero las otras dos historias mantienen su buen ritmo impasible hasta el final de la última hoja: y así se van, duro contra el muro. No es poco consuelo que esto pase por emoción, en vez de por falta de gasolina, pero es una pena que la tensión tan bien lograda a lo largo de las historias no llegue a feliz término. Quizá por ello me quedo con el segundo cuento, "¿Quién se acuerda del Capitán Scott?", donde la redondez deja, si bien no una satisfacción, por lo menos el alivio de que el torrente iba para algún lado.

Un buen libro, recomendado incluso para aquellos con poca fe en las letras - es decir, para cuando no sepa que regalarle a un amigo o al cuñado. Si le da por regalárselo a una mujer, por favor dígale que mande sus impresiones a este espacio. Estoy a la espera.